RELATO FINALISTA SOBRE LA TXAPELA – BILBAO

Tengo el gusto de compartir con Uds. un relato escrito recientemente para el «CONCURSO DE RELATOS CORTOS SOBRE LA TXAPELA  2012» organizado por la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo Bilbaino y por la tienda Ametsarte de regalos y objetos de recuerdo de Euskadi.  Este relato fue elegido entre los 6 finalistas y dada la temática que aborda relacionada con el drama de los desahucios y no siendo por tanto propiamente dicha de una txapela al uso, la satisfacción fue doble.

 

«VIEJA Y RAÍDA…PERO DIGNA… TXAPELA»

 

– ¡Cuánta añoranza de otros tiempos! ¡Dónde quedaron aquellos años de bonanza y comodidades! Sin apenas preocupaciones… – pensaba para sí.

 

Corrían los años setenta. Principios de década. El señor se codeaba con la flor y nata de la sociedad bizkaina y solía acudir de cuando en cuando a la Sociedad Bilbaina a tomar un vermú. Escaleras de mármol y pasamanos de cobre; una lámpara inmensa de cristal de bohemia presidiendo el recibidor; mobiliario rococó del mejor cerezo; amplios salones donde se jugaban a las cartas o al billar; aquel piano de cola que acompañaba con su cálida banda sonora la lectura de la prensa del día…Vida social y opulencia a partes iguales. Y allá que me llevaba a mí. Incluso entonces. Entre las altas alcurnias.  Desafiando a las modas modernas venidas de Gran Bretaña. A los bombines y a los sombreros de copa. Nada que envidiarles. Tradición y gallardía frente a modas pasajeras.

 

Después llegaron los ochenta. A toda prisa; sin preguntar; con su velocidad y

Txapela

con todos sus cambios vertiginosos y apasionantes. Tiempos de ilusión y de esperanzas renovadas. Tiempos de libertades anheladas. Viví momentos inolvidables. El señor alternaba bastante por aquel entonces. Pasábamos las tardes escuchando poemas de Blas de Otero, Unamuno o Celaya y compartiendo tertulias, por fin sin censura, en el Café Boulevard; disfrutábamos de la Aste Nagusi y de la orquesta en el quiosco del Arenal sin restricción alguna; de rondas de txikitos, canciones y risas con la cuadrilla por Jardines, El Perro o Plaza Nueva; de tardes de alborozo y victorias épicas en La Catedral…Se respiraba vida por todas partes… ¡Eran tiempos felices!

 

Pero en esas, en una tarde gris de otoño bilbaíno como la de hoy, llegó uno de los momentos más duros desde que existo. La muerte, traicionera y siempre injusta ella, vino a buscar al señor y se nos lo llevó para siempre. Un infarto volviendo de hacer las compras en la Ribera le arrebató la vida sin avisar. Duro. Muy duro…Y allí estaba yo. Fiel como siempre. Pero sin poder echarle una mano siquiera. Sin poder devolverle el cariño y el trato recibidos. Sin poder despedirme…Horrelakoa da bizitza. Nos guste o no…

 

Apenas unos días después del sepelio y colgada yo (ya sin dueño a quien

De siempre…

servir) en la elegante percha de pie que el señor tenía en su habitación,  le debí de hacer gracia a una de sus nietas y me rescató de aquella casa enmudecida y herida de ausencia. Una herencia yo poco valiosa quizás, pero con muchas historias y muchos secretos que contarle; con muchos momentos vividos junto a su abuelo…

Durante aquellos años no salí apenas de casa y ocupé un lugar en una vitrina del mueble de su salón. Desangelada. Como un objeto decorativo más. Sufriendo por no poder prestar servicio a nadie de la casa. Un objeto inútil. Aburrida e inerte. Aquellos gorros de forro polar o de lana horteras y multicolores, fabricados en serie y “Made in China” por lo que pude una vez leer en una etiqueta, serían muy modernos y vistosos sí, pero no eran lo mismo. Calidad en Balmaseda. Calidad en la materia prima escogida con mimo y cariño. Calidad en las manos cariñosas del artesano; nunca en los brazos mecánicos de una máquina…

 

Por fortuna aquella etapa de largos años de sufrimiento llegó cierto día a su fin y la nieta del señor decidió un día que podía ser yo un buen regalo que hacerle a su padre, e hijo primogénito de aquel hombre entrañable que un día fuera mi primer dueño. Le pareció además buena idea engalanarme con un precioso bordado blanco con su nombre. Me llevó a la sombrerería de la calle Víctor a donde yo llegué cierto día procedente de la fábrica de la Encartada de Balmaseda y donde su difunto abuelo y yo comenzamos nuestra historia de amor. Y allí atendieron su petición.

IGNACIO. Con todas sus letras. Doloroso, sí. Pero un emotivo detalle que, a mi ya longeva edad, me daba un mejor aspecto y casi una segunda juventud. Una nueva vida…

 

Y así fue como redescubrí Bilbao. Un Bilbao totalmente cambiado y nuevo.

Azul Bilbao…

Museos de formas caprichosas e increíbles y modernos edificios acristalados donde otrora solo había grúas, astilleros y solares llenos de contenedores de carga amontonados y destartalados. Un enorme rascacielos de espejo y nuevos puentes uniendo ambas márgenes de la ría; amplios paseos con esculturas, bibliotecas; gente hablando idiomas desconocidos para mí que fotografiaban cada rincón de nuestro botxo con sus cámaras réflex. Todo alucinante para mí. Y sentí cierta nostalgia, la verdad. ¡Pero a la vez cierta excitación! Bilbao (o al menos una parte de él) había cambiado el óxido, la contaminación y ese gris de antaño, por piraguas de colores surcando la Ría, por jardines verdes y por luz. ¡Toneladas de luz! ¡Ver para creer!

 

Lamentablemente y al cabo de unos años Ignacio junior también falleció. Ley de vida. Es lo que tiene ser un objeto no caduco ni mortal. Tiene sus cosas buenas. Pero sus momentos duros y crueles. Y ves a mucha gente querida marcharse…

 

Y pasé de nuevo a manos de su nieta. Orgullosa por poder seguir perteneciendo a la familia. Tercera generación. Aunque ya nunca nada fue lo mismo. Ni para mí ni para ellos. Y todo lo que vino fue siempre peor. Observé, otra vez desde mi vitrina, todo lo que fue viniendo en estos años duros. Primero las huelgas y los recortes, luego los despidos en la fábrica y en la oficina, las cartas del banco acumuladas una sobre otra encima de la mesa reclamando los pagos de letras pendientes, las lágrimas de impotencia y desesperación…Años de angustia. Pidiendo clemencia sin éxito. Y el momento de tener que elegir entre llenar la nevera y pagar el colegio de Ane o de seguir pagando deudas…Duro. Muy duro. Y por fin el desahucio. La injusticia. La infamia. Una clase de muerte en vida.Y después la calle. Y la soledad infinita. La tristeza. El invierno. El frío…

 

Pero nunca dejé de estar a su lado. Ni en esos momentos. Ni mucho menos. Orgullosa y con la cabeza bien alta. A pesar de soportar la humedad y la gélida temperatura de los adoquines del suelo. Por las mañanas en el pórtico de la Catedral de Santiago o en la escalinata de la Basílica de Begoña, tras misa de doce; por las tardes en la Plaza Nueva o en la boca de metro de la Plaza Unamuno que había más paso de gente. Algunos días con mejor suerte que otros y con algún que otro euro demás que llevarse a la boca. Otros vacía y empapada…

 

Ya sin contemplarlo todo desde aquella posición privilegiada y glamurosa que daba cubrir la cabeza del señor en los salones de la Bilbaina o en el Boulevard. Porque una es igual y la misma en el cielo y en el infierno. Igualmente orgullosa y erguida. O más aún. La dignidad es algo que nadie puede arrebatarnos…Aunque quieran. Ni siquiera a una vieja y raída txapela…

 

 

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