Pérdida. Vivimos en la constante pérdida…
Y no por ello, sin embargo, parecemos estar preparados. Ni prevenidos. Ni entrenados. O, no al menos, lo suficiente como para vivir esas pérdidas desde lugares y emociones más sanas. Más livianas. Menos lesivas. Incluso desde el agradecimiento en lugar de desde el drama. Siendo más conscientes de que nada dura para siempre. Y de que todo lo que pasa por nuestra vida, incluso lo doloroso, deja un aprendizaje y una evolución.
Un ejemplo: quizás podríamos vivir todos esos duelos más desde el “gracias, vida, por el regalo y el privilegio. Fue bonito haberlo vivido”. Pero, en cambio, no. En cambio tendemos más a vivirlo desde el dolor, desde un apego más insano. Desde el querer retener. Desde el querer recuperar. Retornar. Cuando casi siempre sabemos, en el fondo, que es irrecuperable…
Hay que dejar marchar…
De hecho, saber hacerlo supone, si lo piensan un momento, un acto de generosidad, de bondad y de amor aún mayor que el de querer retener. Si vivimos la pérdida desde posiciones emocionales y apegos menos tóxicos o patológicos quizás podamos llorar de otra forma. Y tener duelos menos traumáticos. Menos dolorosos. Con menor coste y sufrimiento para nuestra salud mental-emocional.
Y voy a la gran cuestión a la que quería llegar con este artículo-ensayo. Porque ALGO FALLA. Algo sigue fallando cuando a estas alturas de la peli cuestiones tan cotidianas y que tanto nos afectan a todas las personas, da igual país, religión, clase social o ideología nos siguen pillando a contrapié. Alardeamos (sobre todo las occidentales) de ser sociedades del S.XXI maduras y evolucionadas preocupadas por cuidar todo lo que concierne a la gestión de las emociones, a la conciencia, al humanismo, a la salud mental… Y es todo puro postureo. Somos avestruz. Seguimos en oscuras cavernas de negación. Y no salimos de esa rotonda.
Décadas y décadas hablando de las mismas cuestiones. Sin que las SOCIEDADES, ni los ESTADOS a través de sus políticas de EDUCACION y de SALUD encaren de frente los GRANDES TEMAS de la psicología del día a día. Esos con los que peleamos casi a diario para intentar avanzar en nuestras vidas lo más digna y saludablemente posible. Con las menores secuelas posibles. Con la salud mental lo menos lastrada posible.
No se habla de todo esto con naturalidad en los colegios, los institutos, ni en las familias…No se nos dan herramientas para minimizar el dolor. No se nos trabaja para saber gestionar la tristeza, la impotencia, la rabia, la negación, la frustración, el sufrimiento, la angustia, la ansiedad… Todo ese terremoto de emociones punzantes que siguen a la pérdida… Al adiós… Avestruz y más avestruz…
Ojalá nuestros hijos e hijas, sobrinos y sobrinas, nietos y nietas no tengan que estar hablando de estos mismos temas ni leyendo estos artículos. Y alguien les haya hablado de esto con la mayor naturalidad, claridad, prontitud y cariño del mundo. Y que, sobre todo, alguien les haya “armado” para esta noria emocional que es vivir. Y les haya dado herramientas para sus duelos y quebrantos…
Para saber morir y ver morir. Para saber perder. Para saber dejar marchar…Un padre, un amor, un sueño… Saber aceptar el adiós… Si duele después es porque hubo algo bonito antes…
UN ABRAZO ENORME, OH CAPITANES Y CAPITANAS!! LARGA VIDA Y BUENOS VIENTOS.
CUÍDENSE INFINITO. SE LES QUIERE.
PD-Cuando grabo en mi teléfono el último de los audios de los que nace este texto, en estas laderas llenas de eguzkilores del mágico PIRINEO ya sé que este artículo-ensayo se llamará “LA VIDA ES DUELO”. Porque además de sueño, la vida es eso. No lo dijo Calderón. Pero seguro que lo pensó.