¡¡Madre mía!! Hoy haciendo limpieza en casa me he topado con una vieja carpeta que tengo desde pequeño. Guardada como un tesoro. Y en ella tengo guardadas cosas de hace 30 años. ¡¡Y el papel aguanta!! jajaja. La verdad es que me he reído. Y también me he emocionado. Y sorprendido. Como si todo lo que allí había fuera de alguien que no era yo. Tenía diez años cuando todo comenzó. Hoy tengo ya 40. ¡¡Buf, vuela la vida!! Así que hace tantos tantos años, y he escrito y escrito tantísimas cosas, que ya ni recordaba muchas de ellas… Y hoy me estoy dando cuenta de que jamás he dejado de producir. Escribir. Desde niño. Como una «extraña fe a la que aferrarse». Como una enfermedad. Maníaca. E incurable. De las sanas.
Año 1989. Estaba en 5° de EGB. Aún no había cumplido yo 10 años. Y escribí aquellos primeros periódicos. Director, redactor, editor, ¡¡y hasta dibujante!! jajaja. Que yo no recordaba haber dibujado jamás. Me meo. Me meo de risa leyéndome. Flipaba. Flipaba mucho.

Después. Agosto de 1992. Último año del colegio antes del Insti. Con 14 años. Mi primera novela. 250 páginas escritas a pura mano. En hojas de cuaderno. Hasta que mis padres me regalaron aquella Olivetti electrónica. Aunque yo siempre preferí la agilidad de mi zurda y mis mil tachones. «Enganchados a la adolescencia» se llamó. Las aventuras apasionantes de todas aquellas primeras veces. Con mis Goonies laredanos. Amor, ilusión y ganas de vivir. Desbordantes. Y enganchados a todo eso. La más bella droga: vivir
Después. Con 16 años. Aquellos dos concursos de poesía. Y aquel, el primer premio de mi vida. En un mundo de adultos, un criajo idealista. Y acomplejado. Por sentir. Porque los hombres no sienten. Y aquel primer premio. Acompañado de mi madre Teresa Rollán . Hasta Arrigorriaga. Que no sabíamos ni cómo se llegaba. jajaja. «Ni se te ocurra contárselo a nadie, madre, por favor». Complejos. Y miedo. La poesía es desnudar quién eres de verdad por dentro. Y yo no quería. Ni por asomos. 10.000 pesetas de las de entonces en metálico de manos del alcalde de Arrigorriaga. Un adolescente. Flipado. Como siempre. Y seguido aquel otro premio. En mi pueblo. Barakaldo. Felicidad. Pero por dentro. «Lamentos de espantapájaro» se llamaba aquel poema ganador. No sé. Estaba contento pero jamás me lo creí. Mi mundo real de la calle era otro. Antagónico a las emociones y la sensibilidad. Así que hice pequeño a este yo. En lugar de alimentarlo.

Y después los años de frustración. De sentirme perdido. Decepcionado conmigo y con la vida. Y aquella segunda novela. 19 años. «Cruda y puta (vida)», se llamó. Era mi particular «Guardián entre el Centeno». Mi historia. Mi tristeza. Mi dolor. Mi frustración. Mi insatisfacción y mi enfado. Con la existencia. Conmigo mismo. Mucho escrito. La primera y última página hablaba de un chaval que un día coge un tren y se va. Sin destino. Se va para no volver…Para sentirse libre. Y poder resetear. Vencer o morir. Y empezar de cero. Jamás la acabé. En el papel al menos. En mi cabeza y mis esquemas está completa. Y esa hoy tengo claro que algún día la escribiré. Creo que puede haber muchos chavales que podrán sentirse identificados con ella.
Y luego llegaron los dos libros de poesía publicados. Y salir del armario. Y los guiones de radio y documentales. Y las múltiples cartas de opinión a los periódicos…Y escribir me fue acompañando durante todos los años de mi vida. Trabajos, relaciones, momentos bonitos, momentos feos…»Como una extraña fe a la que aferrarse…»
Por eso hoy ya sé qué debo hacer. Que al final es lo que hice siempre. Desde que nací. Y ya he puesto rumbo fijo y decidido a darle a las letras lo que les debo. Que es casi hasta mi propia existencia. Y hasta que me den de comer o como si nunca jamás lo hacen, ya sé lo que he de hacer. Un trabajo con menos dinero que el de ahora. Pero más tiempo y más descanso mental. Ya no perderé jamás de vista lo IMPORTANTE. Mucho que decir. Mucho que escribir. Lo necesito. Como respirar. Ni un paso atrás!!