(Volviendo de Potes. Lunes 13 septiembre 2021)
Trapo verde para los baños; trapo rojo para quirófanos; trapo azul para el mobiliario; y rascar con la escobilla bien cargada de desinfectante en los urinarios.
El peor-mejor verano de mi vida adulta sucedió hace solo 4 años. Aunque han pasado tantas cosas que a veces parece que hayan pasado cuarenta. Y sé que son cuatro porque hace unas semanas he comenzado a conocer a una chica. Y, contándonos nuestras respectivas historias de vida, este fin de semana llegué a este capítulo. Muchos psicólogos te hacen dibujar en una pizarra una línea de vida donde señalas los picos que sientes más altos y más bajos de tu existencia hasta la fecha. Puede parecer una chorrada pero es un ejercicio súper práctico para visualizar e identificar de forma rápida momentos traumáticos que puedan haberte marcado y dejado una huella emocional. Cuando yo le estaba contando este capítulo a mi amiga, de una forma involuntaria y pensándolo ya todo muy olvidado, me emocioné.
Viajar a los recuerdos es revivirlos. Y con un poco de suerte reprocesarlos, sanarlos e integrarlos con el objetivo de convertir eso que se percibe como sufrimiento del pasado en una herramienta de resiliencia para el futuro. Soldar bien esa fractura para no partir más el hueso por el mismo sitio. No es fácil. Requiere de curro consciente. Pero, cuando se logra, le acabas dando las gracias a ese “pico bajo” de tu línea de vida. Y en el mejor de los casos, acabas hasta amando, en cierta manera, la herida.
Porque los momentos buenos-positivos-alegres nos dejan disfrute y satisfacción sí, pero apenas aprendizaje. Por contra las que recordamos como vivencias negativas, (la pérdida de un trabajo, de una pareja, un amigo, un familiar; de una ilusión, un sueño…el diagnóstico de una enfermedad, etc…) pueden ser, no solamente algo que te aporte grandes lecciones, sino además una fortaleza futura. Todo tiene solución menos la muerte. Y es tal cual. Por muy negro que veamos el agujero. El gran problema es que no solemos vivenciarlo así (o al menos no solemos darnos cuenta de todo esto) en el mismo instante en que están transcurriendo los acontecimientos cuando estamos inmersos en el hoyo. Y sólo lo vemos así cuando pasa el tiempo y tomamos distancia y perspectiva. Pero ¡¡nos ha jodido!! ¡¡es que si fuera así dejaríamos sin curro a los psicoterapeutas!!! Jajaja. 😉
Así que lo que os decía, contándonos esa chica y yo nuestras historias del pasado, me tocó compartir con ella este momento. Y con total honestidad y naturalidad (como estábamos queriendo sentar las bases de todo que pudiera venir después) le narré el punto del gráfico más bajo de mi vida reciente.
Trapo verde para los baños; trapo rojo para quirófanos; trapo azul para el mobiliario; y rascar con la escobilla bien cargada de desinfectante en los urinarios.
El peor-mejor verano de mi vida. El verano en el que he llorado más en toda mi etapa adulta. Y en el que sentí que tocaba fondo. Además yo. Un tipo que siempre había tenido serias dificultades para algo tan saludable y humano como llorar. Para sacar al exterior de forma natural el sufrimiento. Para liberarme de una cárcel en la que probablemente mi rol de hombre y mi contexto geo-social, habían jugado un importante papel para encerrarme. Si lloras eres débil. O cobarde. Eso te dice tu cerebro. ¡Cuánto nos queda por desaprender! A los tíos más aún.
Ese verano significó el punto crítico de unos años duros de reciclaje. En los que a veces dudé de lo que estaba haciendo. Y en los que a veces me sentí muy perdido. De inversión en el futuro. Pero sombríos. Y muy duros. De tragar mucha saliva y negarme a mí y a mi naturaleza muchas veces. A la postre todo aquello fue una suerte. Me forjó otra capa de piel para el futuro
El peor-mejor verano de mi vida sucedió hace solo 4 años. Poco antes de llegar a los cuarenta. ¿Pero cómo había llegado hasta allí? En mi vida de los veinte y los treinta había tenido suerte y me la había pasado muy cómodo económicamente. Trabajando para MONDO, multinacional italiana y la capo de las construcciones deportivas. Viajando con clientes por España y alguna vez al Piamonte y Alemania a ferias del deporte, pabellones de deportes, campos de fútbol, etc…Es lo que yo vendía. Obras públicas. Sin pasar jamás penurias económicas. Pero todo eso cambiaría casi de un día para otro. Cuando decidí pelear por mi vocación y les planteé conciliarlo con mi vocación de escribir. Y de hacer documentales con las ideas que me rondaban. Sahara, Siria…

Un mando intermedio boicoteó un acuerdo para conciliarlo todo y me echaron del trabajo. A la puta calle. Aunque después del shock y disgusto inicial allí comenzó la que fue probablemente la época más ilusionante y emocionante de mi vida. ¡¡Pudiendo cumplir mi sueño de ejercer!! Apasionante. Aunque también fue la más ruinosa. Porque con la pasta del despido aposté decididamente por el periodismo y por lo social. Me sumé a producir un show de radio en ONDA VASCA para mayores y colectivos en riesgo de exclusión. Y monté una sociedad paralela de talleres psicosociales. Salud y vida para los mismos colectivos. Algo que nos reportaba una inmensa felicidad. Pero que a la vez nos fue arruinando económicamente. De varios ceros en mi cuenta pasé en poco tiempo a cobrar la RGI. Me esforcé y aposté pero no sirvió. Para quien no lo sepa, y creo que es positivo, la RGI es la RENTA DE GARANTÍA DE INGRESOS. Una pequeña ayuda de 400 € al mes que te aporta el Estado cuando ya no tienes ni paro. Y cuando ya no tienes casi ni para pagar la hipoteca o el alquiler.En un abrir y cerrar de ojos pasé de ser un joven currante acomodado a estar en el otro extremo. Casi sin saber cómo…
Cuando me vi en aquella situación estaba ya tan bloqueado que no supe muy bien ni cómo abordarlo. Me superó. Y entonces odié con todas mis fuerzas a mi carísimo título de licenciado en periodismo. A mi amada profesión y a mí mismo. Por haber sido una vez más un ingenuo idealista. Pero esta vez con casi 40 años.
Trapo verde para los baños; trapo rojo para quirófanos; trapo azul para el mobiliario; y rascar con la escobilla bien cargada de desinfectante en los urinarios.
Le pedí a mi familia varias veces que quemara aquel título universitario firmado por Felipe VI. Solo me habría traído desgracia. Tomando pastillas antidepresivas y para la ansiedad por recomendación médica porque ya llegó un momento en que yo no era yo. Consumido por la ansiedad y por la inseguridad. Y por todos los miedos que llevaba en mi mochila. Y que se me agigantaron. Los sensibles somos así. A veces es una virtud y a veces una condena. Estaba totalmente carente de mi energía y mi arrojo habituales. Sin recordar quién era yo. Me había olvidado de cuáles eran mis conocimientos, capacidades y habilidades. Tenía cero confianza en mí. Temblaba. Y sólo quería dormir. Como un niño pequeño y asustado.
Así que sólo vi salida en volver a empezar. De cero. Por algo sencillo. Por el principio de todo. Y volví a pedir trabajo en el oficio en el que yo me ganaba unos euros cuando era estudiante. En la limpieza en un hospital.
Entrar a aquella oficina a pedirles el favor de que me dieran trabajo…. A pedirles el favor….Treinta años después…Buff. Lo recuerdo como uno de los momentos más duros en toda mi vida. Para mí simbolizaba el más absoluto de los fracasos personales. Como si con 40 años volviera a tener 18. Y estuviera en el mismo punto. Como si nada de lo que hubiera hecho hasta entonces, todo mi esfuerzo y apuestas, hubieran servido para nada. Todos mis años estudiando y trabajando a la vez. Para acabar donde empecé… Lo llevé fatal…Y sin embargo debía dar gracias. Aquello me salvaba.
Trapo verde para los baños; trapo rojo para quirófanos; trapo azul para el mobiliario; y rascar con la escobilla bien cargada de desinfectante en los urinarios.
Recuerdo que fregaba los baños de aquellos pasillos y de aquellas salas de rayos X y se me caían las lágrimas. No podía evitarlo… Todo aquel verano me lo pasé preguntándome a mí mismo cómo había llegado hasta allí. Y diciéndome a la vez (porque la psicóloga así me lo recomendaba) que, desde el más absoluto pragmatismo, tenía que aceptar la realidad. No luchar contra ella. Y desde ahí poco a poco recuperar la energía. Y recuperarme a mí mismo. En realidad además era un privilegiado, Tenía un horario digno, en una empresa digna y con un salario y un trabajo digno. Estaba haciendo el curro con el que mi madre y mi padre nos dieron todo lo que teníamos. Cierto. Pero no por elección. Si no por necesidad. Y cuando es así, te cuesta mucho verlo.
Ese mensaje tan nocivo y destructivo me estaba dando todo el rato a mí mismo. Que era un fracasado. Un perdedor. Durante los tres meses de aquel peor-mejor verano de mi vida. Así que en cambiar ese chip estaba la primera clave de todo. Y por ahí empezó el cambio. Por ahí empezó mi remontada. Por cambiar mi chip. Mi actitud. Mi posición ante la realidad. Aceptar para recuperarme a mí mismo.
Estaba tan cagado con lo vivido que me pasé los noventa días de aquel verano de 2017 dándole vueltas a postularme para un contrato indefinido allí y amarrar. Como el náufrago busca a la desesperada un punto fijo en el que apoyarse. Sueldo digno, trabajo digno, buenas compas… Un privilegiado César. Eres un privilegiado. Me lo decía todo el rato. Pero aun estando mi autoestima reventada y habiendo elegido la estrategia pragmática, también me decía que no podía tirar la toalla. Había una frase que ¡¡paradojas de la vida!! yo les decía a las personas paradas de larga duración cuando les impartía talleres de empoderamiento en mi curro de un tercio de jornada para la FUNDACION INTEGRANDO. Lo que ellas y ellos no sabían es que yo mismo era uno de ellos. Jodido de curro, de dinero y de moral. La frase no dejaba de repetirse en mi cerebro: “El primer paso no te lleva donde quieres. Pero te saca de dónde estás”. Así que me la apliqué. Y el aquí y el ahora, Aquí y ahora, César. Poco a poco. Todo irá bien. Aquí y ahora. Aquí y ahora.

No habría sido yo si habría aceptado lo fácil. Si habría renunciado a la lucha de mi vida. Tenía que volver a ser yo. De alguna manera tenía que volver. Entonces entendí que sí. Que tenía que darle las gracias al privilegio de tener trabajo. Pero que eso tenía que servirme solo como un punto de apoyo para mover mi mundo. Como decía Arquímedes. “Dadme un punto de apoyo y…” Armarme de paciencia y recuperar desde la serenidad de ese campamento base seguro, aliento, fuerzas y energía. Intentar no perder del todo de vista las montañas a las que yo quería trepar. Mis objetivos y mis sueños. Y volver a intentarlo cuando pasara la tormenta…
Trapo verde para los baños; trapo rojo para quirófanos; trapo azul para el mobiliario; y rascar con la escobilla bien cargada de desinfectante en los urinarios.
Solo le puedo dar las gracias a aquella encargada y aquel trabajo. Y a aquellas compañeras. Gracias a aquel campamento base pude salir del segundo agujero más negro de toda mi existencia.
Si hoy tuviera que dibujar de nuevo la gráfica de mi vida probablemente volvería a dibujarla igual. Pero ya sin sufrimiento. Si no dando gracias. Mi cerebro y mi resiliencia se hicieron más fuertes aquellos días. Habrá más picos bajos. Seguramente. Pero ya no serán este.
Y en realidad aquello fue el motivo de que yo pueda estar hoy aquí. Escribiendo todo esto desde un escenario opuesto. La vida es surrealista. En solo cuatro años estoy cumpliendo el sueño. Hoy estoy viviendo solo de escribir. Profesionalmente. Tengo proyectos para unos meses. Y si no lo logro alargar, no pasará nada. Volveré con mi familia de Osakidetza y estaré feliz . Porque hoy ya sé que todo aquello que soñaba aquel niño no era imposible. Y habré vencido. Me habré vencido.
Trapo verde para los baños; trapo rojo para quirófanos; trapo azul para el mobiliario; y rascar con la escobilla bien cargada de desinfectante en los urinarios.
Y así fue. Hace 4 años. Que han parecido 40. El peor-mejor verano de mi vida. ¡¡AGUR ETA OHORE Y GRACIAS!!
PD- Y saqué una conclusión. Que me ayudó. Y me ayuda. Para las que vengan. Sé que es difícil. Pero cuando penséis que estáis tocando fondo y que no tiene solución, pensad en aquí y ahora. Aquí y ahora. Y que solo es grave el no tener un plato en la mesa o el no poder pagar facturas. Pero que en nuestro primer mundo eso es muy difícil que te pase. Que incluso cuando eso te ocurra hay familias, ayudas, psicólogos, ONGs…y que saldrás. Saldrás seguro. Si te dejas ayudar. Y saldrás mejor y más fuerte. Y que es precioso ser idealista pero no os paséis. Es compatible comer y soñar. Y desde un campamento base seguro podrás llegar a cualquier cumbre.
Y no tiréis nunca la toalla. Da igual si lo consigues con 30, 40, 50 u 80. O si no lo consigues. Si tu voz interior te lo pide, sé fiel a ella. A ti mismo. A tu instinto. A tu impronta. Y a esa chispa que te mantiene encendido no le eches agua jamás, échale madera. Y si pierdes piensa que vinimos a jugar. Da gracias que por lo que tengas y no te lamentes por lo que no. Y porfía, porfía, porfía. Curra, curra, curra. No escuches nunca ninguna voz que te diga que lo dejes. O que no puedes. Aunque sea la tuya misma.