«Recuerdo llamadas de varios compañeros. Desatadas. Jubilosas. Bullicio de fondo en aquella noche bilbaína que yo cambié por el sofá de casa. Todos llorando. Como locos y locas. De alegría. De descarga. De por fin. Ellos llorando a un lado de la línea y yo al otro. Aunque había poco que celebrar. Vivíamos y vivimos en un estado de emergencia. Pero lo necesitábamos. Lo necesitábamos…»
(Viene del capítulo 4)
De lo que pasó después ya sois casi todos y todas conocedores. Porque pasamos del ‘cuasi anonimato’ a la locura total. Aquel domingo 25 de mayo del 2014

ya es un día para la Historia de este país nuestro de paradojas y contradicciones. A lo largo de toda la mañana nos iban llegando noticias de whatssap de compañeros desde los colegios electorales comentando que las papeletas (tan polémicas y controvertidas a cuenta del logotipo con el careto de Pablo Iglesias) estaban bajando misteriosamente y no sabíamos si era porque las estaban ‘robando’ o porque verdaderamente nuestro mensaje de indignación y de ansia de cambio se había escuchado y había calado en la población: “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?” Preguntábamos al electorado pero nos lo decíamos a la vez a nosotros mismos. Como parte de esta sociedad harta y asqueada.
Nervios. Incertidumbre. Expectación. Toda la jornada. Esperando los datos. Fríos pero definitivos. El termómetro inclemente de las cifras. Solo ellas podían reafirmarnos y devolvernos la confianza en que la sociedad de este país iba por fin a decir basta en las urnas (no en el sofá de sus casas o en los bares) y solo ellas podían acabar con el sueño del “sí, se puede”. Apenas tres meses de tiempo para trabajar. Pero a mí me dio la sensación de que habían pasado tres años. De que el tiempo se aceleraba. De que el reloj de la Historia estaba ‘esprintando’. Como todas y todos nosotros. Conscientes del ahora o nunca. De la cita ineludible con el intento de los intentos. La madre de todas las batallas. La Revolución de nuestro tiempo.
Esa noche intensa de domingo electoral se iban a decidir muchas cosas. Catalizadas en un diagrama de barras y de colores. Se iba a conocer si este cuento fue bonito mientras duró o si habíamos logrado mover la bola de nieve y solo era el principio de una larga historia. Muchos compañeros de esfuerzos y de tajo de Podemos Ahal Dugu Bizkaia, se reunieron esa noche en un local de Bilbao para ver juntos los resultados. Nadie sabía si iba a ser una noche de tristeza o si íbamos a recoger de la siembra de nuestras esperanzas. Servidor no acudió. Después de unos meses en paro me tocaba trabajar es lunes y preferí quedarme en casa. Intentado mantener el sosiego. (intentándolo digo, porque fue imposible) Todo lo que se podía hacer ya estaba hecho…. Y sucedió… Sucedió…
El bombazo. La sorpresa. Otro capítulo del despertar. Cinco escaños y 1,2 millones de personas repartidas por todo el Estado creyendo en la misma causa

en la que creíamos nosotros. Cada cual con sus motivos. Los que fueren. Todos dando una oportunidad al cambio. A otras formas de ver y de hacer las cosas. Es la hora de la gente. Por fin. Algo había cambiado. Y todos y todas nosotras los sabíamos. Gente normal logrando cosas extraordinarias. Haciendo la Revolución. Mucho por hacer. Pero misión cumplida. Bola de nieve rodando. Y que la pare quien tenga arrestos. Todo lo que estaba pasando era increíble. Recuerdo llamadas de varios compañeros. Seguidas. Desatadas. Jubilosas. Bullicio de fondo en aquella noche bilbaína que yo cambié por el sofá de casa y la compañía de mi pareja. Todos llorando. Como locos. De alegría. De descarga. De por fin. Ellos llorando a un lado de la línea y yo al otro. Con el corazón en un puño. A mil revoluciones. Compartiendo felicidad. Aunque había poco que celebrar. Vivíamos y vivimos en un estado de emergencia. Pero lo necesitábamos. Lo necesitábamos. (Sigue en CAPÍTULO 6)