Acabo de morirme de envidia. Y de nostalgia. Al verles. Por la calle. Quince espléndidos años. Aproximadamente. Ella y él. En el malecón. Junto al mar. Dirección a algún rincón donde comerse a besos el alma. Donde poner sus mundos patas arriba.
¿Os acordáis de cuando nos enamorábamos las primeras veces? De cuando no queríamos dejar de apretarnos, de estrujarnos, de abrazarnos y de besarnos… Como si no hubiera un mañana… Porque en realidad aunque luego lo hubo, no lo había. No hay ningún mañana. Cuando trabajas en un hospital todavía lo tienes más presente aún. De qué va esto de vivir. Aunque yo no sé por qué siempre fui un niño viejo que eso lo tuvo grabado a fuego. Como una especie de don o de condena, depende del día.
¿Os acordáis? ¿Aquel fuego en la mirada del verano y aquella pasión por vivir y por descubrirlo todo? Apretándonos cuerpo con cuerpo. Con toda la fuerza del mundo mundial. A besos infinitos. De los que te dejaban sin aliento. Por la calle, en la parada del autobús, en el banco de la plaza, en la sala de videojuegos, en las toallas en la playa, en el sofá del vídeo bar con mosto… Todos y todas tuvimos nuestro precioso e inolvidable «summer of 69». Cada cual el suyo. 18 de julio. Del año que fuese…
